miércoles, 22 de octubre de 2008

Tarde de lluvia

No me di cuenta que llovía hasta que la vi entrar empapada. Me besó la frente y sentí las gotas de su cabello resbalando por mis mejillas. Parecía contenta y me alegré también. Se sentó a mi lado, balbuceó algo cariñoso. Habló varios minutos pronunciando fuerte y lentamente cada palabra. Me hizo algunas preguntas que no respondí. No entendía y empezaba a aburrirme. Cuando estaba a punto de llorar, abrió un paquete de galletas de colores. Mastiqué una, pero me pareció demasiado seca; al tragarla tosí. Escupí sin querer unas migas, como si fueran proyectiles de ratas y se me escapó algo de baba. Me limpió la comisura de los labios con una servilleta de tela gruesa. Pensé que se iba a enojar, pero en cambio me consolaba. No sé por qué me dio pena y entonces también lloré.

domingo, 12 de octubre de 2008

Comprensión del arte

- Y bueno, la obra de Klein.. y sí. La vi. Muy bien. Vomité, eh?..

(A Ruffus)

sábado, 4 de octubre de 2008

Animales domésticos

Vivimos en un séptimo piso en pleno centro. Somos cuatro: mi madre, mi marido, yo y Teodora, la gata. No habíamos querido hijos, había poco espacio; cuando nos vino el deseo ya era tarde. Hace 3 años me regalaron a Teodora, una siamés recién nacida. Nuestro hogar se iluminó. Mi madre pareció rejuvenecer. Después de varios años preparando sólo comida congelada, volvió a cocinar. Hacía pescado a la olla, budines, sopas. “Es para la niña, pero ustedes también pueden comer", nos decía. Mi esposo también cambió su humor. Le gustaba despertarse con la pequeña gata jugando con sus pies bajo la sábana. A mí me gustaba sentirla ronronear sobre mi falda mientras leía antes de la siesta. Durante las noches, dejamos de poner atención a las noticias de la tele porque nos distraíamos viendo las gracias que Teodora hacía en la alfombra. Le gustaba esconderse debajo, pensando que nadie la vería y luego atacaba como una leona el pie de alguno de nosotros. Nos matábamos de la risa. Por primera vez hicimos un arbol de navidad. Los adornos que mi vieja guardaba como reliquias desde que yo era niña, se convirtieron en los juguetes de la gata. Se rompieron casi todos, pero no importaba. El período difícil vino cuando Teodora entró en celo. No nos dejaba dormir con sus aullidos, rasjuñaba los sillones. Decidimos operarla. Mi madre, que nunca salía de casa, incluso quiso acompañarnos al veterinario. Desde entonces, Teodora anda asustadiza; los ruidos de la calle la tienen siempre alerta. Juega, pero no como antes. Mi madre anda más apagada también, cocina menos. Teodora duerme mucho más, come pelets, engorda. El veterinario me dijo que a veces el encierro va matando de a poco a los animales domésticos.