sábado, 4 de octubre de 2008

Animales domésticos

Vivimos en un séptimo piso en pleno centro. Somos cuatro: mi madre, mi marido, yo y Teodora, la gata. No habíamos querido hijos, había poco espacio; cuando nos vino el deseo ya era tarde. Hace 3 años me regalaron a Teodora, una siamés recién nacida. Nuestro hogar se iluminó. Mi madre pareció rejuvenecer. Después de varios años preparando sólo comida congelada, volvió a cocinar. Hacía pescado a la olla, budines, sopas. “Es para la niña, pero ustedes también pueden comer", nos decía. Mi esposo también cambió su humor. Le gustaba despertarse con la pequeña gata jugando con sus pies bajo la sábana. A mí me gustaba sentirla ronronear sobre mi falda mientras leía antes de la siesta. Durante las noches, dejamos de poner atención a las noticias de la tele porque nos distraíamos viendo las gracias que Teodora hacía en la alfombra. Le gustaba esconderse debajo, pensando que nadie la vería y luego atacaba como una leona el pie de alguno de nosotros. Nos matábamos de la risa. Por primera vez hicimos un arbol de navidad. Los adornos que mi vieja guardaba como reliquias desde que yo era niña, se convirtieron en los juguetes de la gata. Se rompieron casi todos, pero no importaba. El período difícil vino cuando Teodora entró en celo. No nos dejaba dormir con sus aullidos, rasjuñaba los sillones. Decidimos operarla. Mi madre, que nunca salía de casa, incluso quiso acompañarnos al veterinario. Desde entonces, Teodora anda asustadiza; los ruidos de la calle la tienen siempre alerta. Juega, pero no como antes. Mi madre anda más apagada también, cocina menos. Teodora duerme mucho más, come pelets, engorda. El veterinario me dijo que a veces el encierro va matando de a poco a los animales domésticos.

10 comentarios:

Urs Rocambouche dijo...

Genial, señorita Valentina... ha hecho literatura... muy bien

La Morsa a la Deriva dijo...

Está bien, esto, eh.

la cuchilla dijo...

qué buen humor, valent-y-ná!
jaja!

V a l e n t r i n i t y dijo...

humor vítreo, no más, cuchilla

Paburo Kun dijo...

Güennogüennogüenno.
Fabuloso y fabulesco, pues tiene moraleja.
De repente se me viene una frase a la mente:
"Me mola tu oreja."
Pero volviendo a la samaniega lección de turno, si me permitís:
Los veterinarios del mundo nos castran,
luego nos explican por qué andamos asustadizos por la vida,
y nosotros los muy giles (los muy extras) los escuchamos con admiración.
Quiero ser gato tailandés.

malditas musas dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
malditas musas dijo...

piedra libre a la realidad de la urbe...

;) me gustó, sí señor.

besos
musa domesticada, pero con rabia.

elruffa dijo...

Esta fábula hay que recrearla con muñequitos de plastilina como la del zorro.

saludos de algún extra

Mamerto Tetto dijo...

Una grasada divina... me encantó, y me encantás.

Es el tipo de cosas que yo digo cuando estoy enamorado.

Un pico grande.

Mamerto Tetto dijo...

La re pifié, el comentario de arriba en realidad iba destinado al texto de abajo... este me resulto sordido, demasido trash, ofrece muchas lecturas y muchas capas de sentido para analizar e intentar desentrañar.

Sos la mejor, me re gustas, te quiero mucho.