No le costó entrar a la habitación. No le costó silenciar su grito al tomarla por la espalda. No le costó hundir el puñal en su pecho. Tampoco salir del edificio con las manos limpias.
Han pasado los meses y aún no logra convencer a los de la oficina de que no volverá a equivocarse.
jueves, 26 de junio de 2008
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